lunes, 9 de marzo de 2015

CARTA PARA JOSÉ ZULETA y ALBERTO VALENCIA. DE: ALFREDO REYES COREY. Cali, Marzo 6 de 2015

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CARTA PARA JOSÉ ZULETA y ALBERTO VALENCIA


JOSÉ ZULETA y ALBERTO VALENCIA 
Homenaje a Estanislao Zuleta, Cali, Febrero 17, 2015
DE: ALFREDO REYES COREY


El autor
Homenaje a Estanislao Zuleta, Cali, Febrero 17, 2015
Cali, Marzo 6 de 2015

Estimados José y Alberto:
Las recientes conmemoraciones de Estanislao han abierto con fuerza el cajón de los recuerdos, pero no solo con queridas remembranzas, sino que han traído a consideración toda una época y el sentido que tuvo él en el devenir cultural, general y personal.
Mi primer contacto con Zuleta no fue con él sino con su obra, con una parte de su obra. Tuve ocasión de conocer su trabajo denominado “Marxismo y Psicoanálisis”, que leí con avidez pues se trataba de la ansiada articulación entre ambas ciencias, articulación intentada muchos años antes por los grandes analistas de la segunda generación vienesa, la llamada “izquierda freudiana” encabezada por Sigfried Bernfeld, Otto Fenichel y Wilhelm Reich, quienes mucho antes que el movimiento argentino de Maria Langer habían tratado de potenciar las dos ciencias entre sí, quizás para oponerle una fuerza intelectual al creciente antisemitismo que se cernía sobre Alemania y la Europa Central.
La síntesis lograda por Zuleta en el tema era impresionante. Pero no es precisamente por eso que la cita viene a la rememoración. Fue por el fuerte impacto que me produjo una expresión suya, al ocuparse de las ideas de Freud sobre la guerra. Dice Zuleta empezando un párrafo:  “… el lamentable ensayo de Freud sobre la guerra …”
¿Quién es este hombre –pensé para mis adentros- que puede referirse a Freud de esa manera?  ¿quién era este hombre que se permitía privilegiar la lógica de las teorías por encima de la veneración y respeto de sus autores?
Al principio la expresión me pareció un tanto atrevida y arrogante, pero este parecer no prosperó precisamente porque acababa de leer todo el ensayo y había quedado deslumbrado por la altura, la precisión y el amplio dominio de los dos campos.
Por entonces yo era un joven analista de 35 años, ya formado, que además había sido formado como internista unos años antes, y el desconcertante impacto inicial se trocó en admiración por un hombre pensante que podía situarse en el mismo nivel de otros pensadores, de aquellos que producían teorías nuevas que revolucionaban el saber consagrado.
Y al lado de la admiración surgió la secreta y un poco confusa esperanza de aprender de este extraño profesor. Aún no sabía lo que iba a aprender, pero ya me había declarado discípulo suyo por anticipado. Su discurso había provocado ese efecto.
Aunque se que esto era así, en su momento no era tan evidente como lo expreso ahora.
Unos pocos años después Zuleta vino a Cali por una semana – (desafortunadamente la misma semana aciaga que vio caer a Salvador Allende y a la esperanza por él representada) – en la que propuso a un pequeño grupo un seminario doble: “Mas allá del principio del placer”, de Freud, y un extraordinario cuento de Poe : “Un descenso en el Mäelstrom”.
Fue para mí una experiencia sin precedentes. El pensamiento volvía a mostrar su acción para poner en evidencia las implicaciones, el sentido y el alcance de un relato literario, insospechados en una lectura ligera, lo cual era una fiesta para el espíritu, que yo disfrutaba con alegría contenida, casi secreta.
Tampoco habíamos leído a Freud en su hondo significado literario, filosófico e histórico que revolucionaba el concepto de la Psicología de la época y que ensanchaba enormemente el horizonte humano abriendo los caminos de la comprensión de procesos que, por desconocidos, tenían la “libre” posibilidad de afectar y lesionar la vida de diversas formas. Empezamos a salir de la costumbre de leer a Freud solo como un requisito del pensum de la formación.
Eran sin duda nuevas experiencias que preparaban el camino para invitar a Zuleta al novedoso y prometedor proyecto del Centro Psicoanalítico Sigmund Freud.
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Cuando llegó ese momento, a mediados de 1974, y ya con el programa de estudios en la mano, le confesé a una colega, de manera espontánea e ingenua, que me sentía feliz, como si estuviera de nuevo en una Universidad, pero esta vez en una universidad diferente, en una especie de universidad de Humanidades en la que quería acabarme de formar.
Tal afirmación le pareció un poco extraña a mi interlocutora. Pero la sensación descrita conectaba con algunos momentos del bachillerato, en donde la voz de algún buen profesor de literatura hacia soñar con el gusto por las grandes creaciones de la cultura: los poetas, los grandes escritores mencionados en clase: Baudelaire, Paul Verlaine, Alfredo de Musset, y hasta el Marqués de Santillana!
Y acaso también, conectaba más profundamente con los albores de la vida en los que el padre, que aparecía misteriosamente en el horizonte de la percepción, era objeto de profunda admiración, como parece advertirse en un memorable cuento de García Márquez, “El ahogado más hermoso del mundo”, cuyo extraño título se queda muy corto para expresar la admirable aproximación literaria a lo que pudiera ser la percepción de la importancia del padre en el despertar de la conciencia.
La voz de Zuleta pues, tenía la posibilidad de evocar y conectarse con los mejores momentos de contacto con la cultura humana, que, salvo algunas excepciones, se sitúa solo en el bachillerato, dada la desconexión cultural que ocasiona la profesionalización del futuro de los estudiantes.
Había que volver a ese temprano momento lleno de esperanzas y de alegría de saber sobre la vida, y cuya prosecución fue lo que sentí al inaugurarse nuestra nueva y singular “universidad”.

Zuleta y el Pensamiento.  El aspecto más admirable, que pude percibir desde el comienzo del Centro, fue el pensamiento de Zuleta. Era algo nuevo, realmente. Escuchándolo una y otra vez me admiraba y sorprendía que el pensamiento tuviera tanto alcance. Era un poder, una potencia que no conocía de esa manera. Quizás porque la represión general había hecho su trabajo. No conocía de verdad esas propiedades del pensamiento: poderoso y osado. Zuleta nos hizo conocer el pensamiento como un poder existente, real y útil. Para mí, fue un descubrimiento asombroso. No sabía que el pensamiento pudiera llegar tan lejos, que tuviera tanto alcance.
Lo cual no sólo admiraba sino que sentía esa actividad como una promesa, como una esperanza de llegar a tener fuertes relaciones con la verdad. Desde esa perspectiva veía el pensamiento como una potencia transformadora, y por lo tanto era un hallazgo invaluable para un analista, con respecto a sí mismo y a sus pacientes: el pensamiento con su poder de vencer la represión patógena de la verdad, abría los caminos de la libertad y de la curación analítica.

El pensamiento y la verdad. Zuleta con Freud.  Podría decirse, siguiendo la presente línea, que el pensamiento es un camino hacia la verdad, o que el pensamiento conduce a la verdad, al develamiento de una verdad no visible.
Y aquí puede uno entender el atractivo tan grande que Freud siempre tuvo para Zuleta. Freud era otro que podía pensar, que pensaba de una manera profunda y efectiva. En este sentido podría decirse que el Inconsciente es un efecto, un producto del pensamiento, del pensamiento de Freud. Veamos.
Freud estuvo desde el comienzo, y en su calidad de Neurólogo clínico, ante numerosos pacientes con parálisis motoras. Sus conocimientos neurológicos le permitían distinguir entre una parálisis orgánica (cerebralmente causada), y una parálisis no orgánica, que él empezó a llamar parálisis histéricas. De hecho en esa época, aún pre-psicoanalítica, escribió un trabajo denominado “Diferencias anatómicas entre las parálisis orgánicas y las histéricas”, vigente hoy entre los neurólogos actuales.
Nadie mejor que Freud para realizar esa distinción, porque a la vez que era un neurólogo, era el único pensador científico que ya vislumbraba la existencia de un “campo psíquico”, de un espacio que pudiera explicar la parálisis que la neurología no podía explicar y que sin embargo existía como una realidad en los pacientes.
Para Freud esas parálisis no explicables neurológicamente, pero existentes, tenían que tener un origen, una causa. Era algo no lógico, era una discordancia lógica que demandaba una explicación. Había allí una verdad desconocida, pero que pensando se podría descifrar.
Así Freud, blandiendo su pensamiento, se proponía encontrar una verdad tras el síntoma, así en ese empeño tuviera que descubrir un continente desconocido, el vasto inconsciente.
Así, el descubrimiento de algo nuevo y desconocido llegó a ser necesario –como paso intermedio – para llegar a una verdad que resolviera la discordancia lógica presente en esa escena clínica. Solo un pensamiento eficaz puede lanzarse en pos de la verdad cuando su ocultamiento (represión) afecta los principios fundamentales de la lógica: si una parálisis comprobada como tal no se explica por la neurología, debe haber una explicación en otra parte, aunque para encontrarla en esa “otra parte” haya que fundar el contexto teórico para esa otra parte; aunque sea necesario descubrir una dimensión desconocida, y formular un aparato psíquico, un campo teórico distinto del cerebro, el psiquismo, para explicarse lo que el cerebro no puede explicar.
Por eso decimos que el descubrimiento del Inconsciente es un efecto del pensamiento, un altísimo rendimiento del pensamiento.
Creemos que esto impresionó a Zuleta tanto como Zuleta nos ha impresionado a nosotros.

Y además queremos decirle a la moderna Neurociencia que los descubrimientos del Psicoanálisis permiten establecer que el cerebro y la mente (el psiquismo), no son la misma cosa. Que los hechos psíquicos requieren la referencia a otro marco teórico para ser explicados, aunque, por otro lado esos mismos hechos psíquicos tengan un correlato electro-físico-químico durante su ejecución; pero que dicho correlato no los explica.
Más bien sugerimos que una útil orientación de las investigaciones neuro-científicas sería el conocimiento de la obra de ese neurólogo que tuvo que dejar de ser neurólogo para poder descubrir un nuevo campo teórico en donde entender el psiquismo humano.
Allí se podrían refinar las posibles correlaciones entre los dos campos, pues hasta el presente, el psicoanálisis sabe mucho más sobre el psiquismo humano que las neurociencias.
La Neurociencia no podría decir cómo se forma el psiquismo porque éste es una superestructura simbólica surgida de la inter-acción con el medio humano; pero en cambio sí podría estudiar cómo se registra y cómo se fija esa estructura.
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Óscar Espinosa y Alfredo Reyes
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